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Carlos Alberto Montaner
Escritor y periodista.

Cuándo y por qué ocurrirá una verdadera transición en Cuba

abril 25, 2018
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(ABC) El cubano Miguel Díaz-Canel, flamante presidente del Consejo de Estado, ha asegurado que será totalmente fiel al legado ideológico de Fidel, y ha jurado que seguirá lealmente los pasos de su antecesor y mentor Raúl Castro.

 

Incluso, como paso previo a su ascensión al cargo, hace unos meses la policía política filtró mágicamente un video en el que se dirigía a los cuadros del Partido Comunista, en el que se muestra como un duro entre los duros, con el objeto de eliminar cualquier duda sobre sus intenciones y descartar cualquier obscura ilusión aperturista.

Además, Díaz–Canel, que está en la fase de «adhesión incondicional al régimen», es uno de los pocos dirigentes que se ha atrevido a atacar a Obama declarando que era el mismo imperialista de siempre, decidido a enterrar la revolución cubana, sólo que por el método del abrazo en lugar de recurrir al rechazo tradicional.

¿Pudiera cambiar el relato? Como viví la transición española, nada me sorprende. Recuerdo los primeros discursos del Rey Juan Carlos tras la muerte de Franco. No olvido que Adolfo Suárez era uno de los «40 de Ayete», el grupo de diputados elegidos para sostener el modelo de Estado creado por el Caudillo. Cuando llegó la hora del cambio, 37 diputados abrazaron la transición en las Cortes y participaron del harakiri franquista.

¿Quién es Díaz-Canel? El periodista y escritor Juan Manuel Cao asegura, y tiene razón, que un régimen como el cubano no permite que nadie ascienda dentro de la estructura de poder sin ensuciarse las manos con delaciones, informes comprometedores, silencios convenientes y otras detestables canalladas que convierten a quienes las realizan en «revolucionarios confiables».

Pero también tiene razón el abogado Santiago Alpízar, quien conociera a Díaz-Canel y lo tratara socialmente en la juventud. Nunca hablaron de cuestiones políticas y sólo recuerda a un tipo amable, sensible al arte, a quien le gustaba el rock and roll, lo que era mal visto en esa época, deportista, y siempre dispuesto a echar una mano. En definitiva, las dos percepciones pueden ser ciertas. Lo más grave del comunismo o del nazismo es que saca lo peor de la gente normal y suele inducir comportamientos atroces.

Más allá de las habituales consignas con que concluyó sus palabras de aceptación del cargo –«¡Patria o muerte! ¡Viva el socialismo!»– este ingeniero de 58 años fue elegido para llevar a cabo las reformas proclamadas por Raúl Castro y efectuar algunas transformaciones esenciales que la economía necesita urgentemente. Ese detalle es clave para que eventualmente exista una verdadera transición. Quienes pueden iniciarla tienen que creer que es imprescindible.

Ésa es una de las mayores diferencias entre Fidel y Raúl. Cuando se asomaba a la ventana, Fidel veía una sociedad de revolucionarios austeros, felices de someterse a las penurias de la vida cotidiana. Cuando es Raúl quien se asoma a la misma ventana, con gran realismo ve a una sociedad hambreada, que vive en condiciones miserables, fatigada por 60 años de prometerles una calidad de vida que cada vez dista más, y teme que algún día se produzca un estallido social.

Los capitostes del régimen, con Raúl a la cabeza, comparten el criterio, muy generalizado en Cuba, de que el país es un completo desastre del que casi todos los menores de 25 años quisieran emigrar. Saben que el principal problema de la isla no es el embargo de Estados Unidos, sino la improductividad, consecuencia de la desilusión que surge de percibir que no importa lo que sepas o lo que hagas, no importa lo que te esfuerces, tu vida seguirá siendo una infinita sucesión de estrecheces y miserias, día tras día, porque así ha ocurrido durante seis décadas.

Hasta ahora, ésos son los dos elementos esenciales de todas las transiciones verdaderas: primero, la convicción de que se necesita un cambio y, segundo, el fracaso de unas reformas dentro del sistema que no conducen a ninguna parte. Recuerdo a Gorbachov en 1986 prohibiendo la venta de vodka para aumentar la productividad de los soviéticos. Lo único que provocó fue la producción de alambiques caseros y el aumento estratosférico del precio del vodka regular, hasta que se produjeron algunas muertes por la ingestión de lociones para después de afeitarse.

Al yugoslavo Milovan Djilas, sucesor natural de Tito, le costó perder todos sus cargos públicos y la cárcel, advertir en 18 artículos publicados en «Borba», el periódico de los comunistas, que el comunismo no era reparable y debía sustituirse por un sistema sin planificación centralizada, sin granjas colectivas, con un gobierno pequeño, controlado por auditores distintos al partido único que había cometido el desaguisado. Años más tarde publicó «La nueva clase», explicando cómo el comunismo había segregado una maraña burocrática que era la heredera de la burguesía, pero infinitamente más torpe y costosa.

Si en 10 años de gobierno oficial las reformas de Raúl no han dado resultado, porque son parches al mismo sistema, puede predecirse que a Díaz-Canel le sucederá lo mismo. Para comenzar la reparación del sistema deberá darle un valor real a la moneda nacional, el peso, dejándola flotar y liberalizando los precios, lo que generaría una severa inflación y un mayor empobrecimiento temporal hasta que la sociedad se asiente y el aparato productivo vuelva a crecer.

En ese punto, arrastrados por los fracasos, es que Díaz-Canel, si no lo han destituido, o si no lo han fusilado al amanecer, pudiera aceptar lo inevitable: iniciar una verdadera transición de carácter económico, tirando por la borda el lastre del marxismo-leninismo, abandonando la nociva programación centralizada, proclamando que enriquecerse es conveniente, como en China, siempre que sea el fruto del trabajo, admitiendo las inversiones extranjeras y las iniciativas de los emprendedores, como en Vietnam, mientras que aceptan el mercado como el ámbito natural de la economía.

Ese momento llegará, pero, como todo víacrucis, tiene sus inevitables pasos.

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