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Ernesto Jiménez
Economista y Comunicador social.

El trabajo y la juventud

junio 22, 2018
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“Un hombre es pobre, no ya cuando carece de todo, sino cuando no trabaja”. Montesquieu

El trabajo, como parte esencial del accionar humano, está revestido de una connotación social y económica fundamental para el desarrollo de los pueblos, además de que, debido a su impacto directo en la vida de los ciudadanos, representa un aspiracional trascendental para el bienestar de la raza humana. Esta cualidad excepcional fue resumida magistralmente por el filósofo y economista alemán Karl Marx, cuando expresó que “el trabajo dignifica al hombre”.

Entre las diversas concepciones del trabajo, la más socorrida es la visión neoclásica de éste como uno —junto a la tierra y el capital— de los tres factores de producción. En vista de su irrefutable relevancia en las relaciones de producción, esta actividad socioeconómica posee su propia instancia para canalizar los intercambios de oferta y demanda de fuerza laboral, la cual es conocida como “mercado de trabajo”. Dentro de este mercado se establecen dinámicas de sumo interés para los analistas y de trascendencia vital para la economía. Verbigracia, los equilibrios o desequilibrios que acorde a los distintos planteamientos de diversas escuelas del pensamiento económico pudieran ser tolerables o no.

En este sentido, otra dinámica importante del mercado de trabajo gira en torno a dos condiciones básicas que influyen determinantemente en el resto de la economía: el pleno empleo, que se obtiene cuando todos los ciudadanos en edad productiva tienen trabajo; y el desempleo, que ocurre cuando una parte de la población en edad productiva carece de un puesto de trabajo. Estos factores, debido a su importancia, son monitoreados constantemente mediante un indicador llamado “tasa de desempleo o de desocupación”, que mide la cantidad de personas sin un trabajo remunerado.

En la República Dominicana se han creado decenas de miles de nuevos puestos de trabajo en los últimos años, sin embargo, estos no han sido suficientes para superar contundentemente la cantidad de nuevos ciudadanos que, años tras año, se incorporan a la oferta de mano obra en el mercado laboral. Estos ciudadanos son, en su inmensa mayoría, jóvenes de entre 15 y 29 años de edad que, al ingresar al mercado, no encuentran suficientes plazas para darles cabida. De ahí que, no obstante el considerable aumento de nuevos empleos, la tasa de desempleo se mantiene prácticamente invariable. Es más, al desglosar algunos elementos que explican esta situación se descubre un panorama aún peor, ya que, la tasa de desempleo juvenil, que mide la cantidad de jóvenes sin empleo, persiste en niveles alarmantemente altos.

Acorde al más reciente estudio del Observatorio Político Dominicano de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE), la tasa de desempleo juvenil es superior al 20 % y, si se toma en cuenta a los jóvenes de 15 a 24 años, la tasa aumenta a un 30 % en el período 2008-2015. Esta cifra está por encima del promedio de América Latina y prácticamente triplica el promedio global. Lo cual es evidentemente muy preocupante, en especial, porque mientras la tasa de desempleo general se ha mantenido estable, la tendencia general del desempleo juvenil ha sido al alza.

Esta realidad, que de por sí es delicada, presenta un tono aún más dramático cuando se analiza el terrible fenómeno social que protagonizan aquellos jóvenes que ni estudian ni trabajan —peyorativamente llamados NINI—, que para el 2015 ascendían a 400 mil, dentro de los cuales, el 63 % eran mujeres, lo que a su vez, crea una condición de doble marginalidad: ser joven y ser mujer. Con el resultado lógico de, condenar a estos importantes segmentos poblacionales a vivir sumidos en un círculo vicioso de miseria.

Por todo lo anteriormente expuesto, es fácil de entender que, fomentar la creación de empleos es la forma más expedita para sacar a los jóvenes de la pobreza. Sencillamente, porque el solo hecho de viabilizar el sagrado derecho que posee todo joven de aportar y mediante esto generar ingresos, tiene un inmenso impacto emocional y psicológico que va mucho más allá de las frías cifras estadísticas. Ya que, junto al trabajo, se brinda la oportunidad de soñar, de ahorrar, de adquirir bienes y servicios que impacten en su bienestar, de invertir, de progresar; en fin, el trabajo otorga la posibilidad de contribuir a construir una sociedad que avance con pasos firmes hacia un futuro de mayor prosperidad.

 

Ernesto Jiménez / El autor es economista y comunicador.

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