“Todavía no empezamos a pensar con seriedad en la sustentabilidad de nuestra sociedad impulsada a crédito y consumo”. Zygmunt Bauman
El economista estadounidense Milton Friedman en numerosas ocasiones esgrimió como defensa a las leyes del capitalismo liberal aquella proverbial frase que enseña que “no existe tal cosa como un almuerzo gratis” en economía, ya que, al final de cuentas, alguien debe pagar por lo que se consume. Sin embargo, este criterio irrefutable es olímpicamente ignorado, tanto por individuos como por gobiernos que, aprovechándose de la aparente magia que opera detrás del crédito, no escatiman esfuerzos en endeudarse inconscientemente con el objetivo de satisfacer sus deseos.
En esa dinámica de endeudamiento inconsecuente existe un elemento menos evidente que suele ser obviado adrede: dichas deudas contraídas con fruición provienen de instituciones públicas y privadas que utilizaron sus recursos económicos eficientemente, en consecuencia, fueron capaces de acumular altos niveles de capital que posteriormente les permitió ser acreedores de aquellos que no han actuado con igual responsabilidad. Es decir, el dinero que se recibe prestado es el producto de los ahorros e inversiones de otros individuos. Por lo que, es fácil apreciar que estos recursos no son maná caído del cielo sino el resultado de la productividad de otros agentes económicos.
Estos postulados parecerían demasiado obvios; no obstante, aún subsisten profusos ejemplos de excesos en el manejo del crédito que reafirman la imperiosa necesidad de advertir que cualquier deuda contraída en el presente representa un compromiso que tendrá que ser honrado en el futuro. Esa lección se manifestó descarnadamente a principios del 2010 en Grecia, cuando a raíz del profundo desequilibrio fiscal del Estado se reveló la imposibilidad de cubrir sus responsabilidades crediticias ante una deuda pública que sobrepasaba el 180 % del PIB. En consecuencia, las repercusiones sociales y económicas del festín insensato de préstamos fueron brutales y la población griega empobrecida pagó dolorosamente la irresponsabilidad de sus autoridades.
En atención a casos como el citado anteriormente, el Sociólogo polaco Sygmunt Bauman, escribió que el camino hacia la estabilidad económica y el desarrollo social de los pueblos viene de la mano con la imperiosa necesidad de escapar de lo que él denomina “la trampa del consumo y el crédito”, en la cual, se conforma todo un poderoso engranaje económico que sumerge a los pueblos libres del mundo en círculos viciosos de endeudamiento y consumo que pone en peligro la sostenibilidad del bienestar alcanzado. Esa trampa a la que se refiere Bauman seduce a los gobernantes a recurrir a mayores fuentes de endeudamiento para mantener niveles crecientes e insostenibles de consumo interno. Este proceso, genera burbujas económicas que a la larga no tardan en explotar, destrozando a su paso el bienestar material de la gente y la credibilidad de las instituciones democráticas.
A sabiendas de esto, los hacedores de políticas públicas intentan justificar sus medidas cortoplacistas con resultados estadísticos que suelen ocultar los peligrosos indicadores que subyacen detrás. Esto así, porque en ese ejercicio demagógico mantienen estructuras clientelares que les permiten aferrarse al poder, lo cual, enmarcado dentro de un engranaje social que fomenta el crédito fácil entre las familias para inducir un incremento en la demanda agregada, genera períodos de prosperidad ficticia que cuando llegan a su final, desenmascaran ante el colectivo el resultado fatal de su propia irresponsabilidad.
Ahora bien, es importante destacar que el crédito, por sí solo, no posee categoría moral. Por lo tanto, en este texto no se pretende estigmatizarlo como un elemento nocivo para la economía, por el contrario, lo que se busca es orientar en cuanto a la naturaleza de una operación financiera que, como cualquier otra, si se realiza con prudencia, racionalidad e inteligencia puede ser muy provechosa para la nación. Esa es la razón que impulsa este escrito, debido a que, el camino hacia el desarrollo nunca estará pavimentado por la ignorancia y la ambición de aquellos que irresponsablemente empeñan con deudas el futuro del pueblo.
Ernesto Jiménez / El autor es economista y comunicador.
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