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¡VADE RETRO, JESUITAS!

June 22, 2020
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“Debemos examinar con cuidado el proceso de los pensamientos. Si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, esto nos indica que viene del ángel bueno; pero si el proceso de los pensamientos termina en cosa mala o desorientadora o menos buena que la que nos proponíamos antes; o si el proceso nos debilita y nos inquieta quitando la paz que antes teníamos, entonces tenemos una clara señal de que está influyendo el espíritu malo, enemigo de nuestro provecho y de nuestra salvación eterna”.

San Ignacio de Loyola. Instrucciones Complementarias sobre Discernimiento. 6to. Examen del Proceso. Ejercicios espirituales.

Con frecuencia, las órdenes religiosas católicas (jesuitas, mariknolles, teresianas), sin que necesariamente respondan a lo que se llama Doctrina Social de la Iglesia (DSI), lo que a veces provoca fricciones con el propio Vaticano, opinan sobre las causas de la pobreza y los métodos para su erradicación, análisis en los que no se ahorran juicios de valor sobre cómo debe comportarse la sociedad en el terreno económico para ajustarse a la ética cristiana, y en los que se censura, a veces acremente, todo aquello que les parece contrario a los intereses de las grandes mayorías.

            Magnífico. Esta función crítica debe ser aplaudida porque expande nuestra perspectiva y anima la discusión. Pero, al mismo tiempo, también debe ser debatida sin temor, aunque sí con el respeto que merecen estos religiosos, pues una equivocación propagada por personas o instituciones prestigiosas puede ser peligrosa. No debe olvidarse que los errores científicos de la Iglesia Católica, o sus disparatadas teorías sobre la evolución, retardaron notablemente los avances en materia de astrofísica o de anatomía y, desde Copérnico y Galileo hasta Teilhard de Chardin, intimidaron cruelmente a muchos hombres de ciencias durante varios siglos.

            El debate ahora está centrado en los procesos de modernización de los Estados latinoamericanos, reforma que se está haciendo bajo la advocación de las ideas liberales, lo que ha motivado una dura reacción por parte de los jesuitas. En efecto: el 14 de noviembre de 1996 los provinciales jesuitas latinoamericanos, reunidos en México, redactaron una carta titulada “Algunas reflexiones sobre el llamado neoliberalismo en nuestros países”. Acerquémonos párrafo a párrafo al resumen de ese documento publicado por los propios jesuitas en muchos medios de comunicación. Comienza así: “En la primera parte [del documento extenso] señalan que la economía de nuestros países en el umbral del siglo XXI crece. Pero es un crecimiento que deja a multitudes en la pobreza. Ciento ochenta millones de latinoamericanos sobreviven en la miseria.”

            Es curioso que en el documento no haya la menor referencia a la natalidad irresponsable que tal vez agrava esta tragedia, y a cuyo control suele oponerse la Iglesia Católica tenazmente. ¿No tiene alguna responsabilidad la Iglesia Católica en la existencia del fenómeno que critica? ¿Qué sucede cuando se les predica a los pobres que tengan todos los hijos que Dios quiera darles? ¿No existe una relación estadística entre la tasa de fertilidad de los pobres y la inmensa gravedad del problema?

            Sigo, y cito textualmente, “para lograr esto [el crecimiento de la economía] se generalizan en el continente las medidas conocidas como neoliberales. Convierten al mercado en el medio, el método y el fin que gobierna las relaciones de los seres humanos. Estas medidas ponen el crecimiento económico y no la plenitud de todos los hombres y mujeres en armonía con la creación como razón de ser de la economía”.

            ¿Qué querrá decir y cómo se consigue que “la razón de ser de la economía sea la plenitud de todos los hombres y mujeres en armonía con la creación”? ¿En dónde ocurre esto? ¿Cuál es el modelo? Que se sepa, la única experiencia económica directamente fomentada por los jesuitas han sido las Reducciones del Paraguay de los siglos XVII y XVIII, y esas extrañas teocracias más se asemejaban a tristes Estados totalitarios que a cualquier otra cosa. ¿Vivían aquellos pobres tupi-guaraníes en armonía con la creación? No lo parece, a juzgar por la alta tasa de deserciones o por el escaso interés que pusieron en defender las Reducciones cuando llegaron a su fin. En cualquier caso, ¿de qué sociedad contemporánea, real, de carne y hueso, hablan los jesuitas, y cuál proponen como modelo para América Latina?

            Por otra parte, ¿cuáles son estas medidas neoliberales? El documento comienza a detallarlas: “Restringen la intervención del Estado hasta despojarlo de responsabilidades por los bienes mínimos que se merece todo ciudadano por ser persona.”

            La afirmación es curiosa, porque si los neoliberales hacen eso, es porque antes de que existiera esta tendencia modernizadora, en América Latina ocurría algo distinto. ¿Era así? Antes del advenimiento del llamado (mal llamado) neoliberalismo, ¿tenían y asumían nuestros Estados la responsabilidad por los bienes mínimos que se merece todo ciudadano por ser persona? Tal parece que los 180 millones de pobres citados en la Carta de los jesuitas han surgido súbitamente, pues antes de la llegada de los neoliberales el Estado se ocupaba de ellos.

            ¿Y no será, que esa pobreza, en gran medida, se debe precisamente al despilfarro y a la corrupción de los Estados? ¿No administra el Estado venezolano el 70% del PIB? ¿Para qué le ha servido? Pero seamos específicos: ¿cuáles son esos bienes mínimos que se merece todo ciudadano por ser persona? ¿Vivienda? ¿Educación? ¿Salud? ¿Alimentación? ¿Vestido? ¿Locomoción?

            Muy bien: si, como proponen los jesuitas, es el Estado el que debe proveer esos bienes, sólo puede hacerlo de dos formas. Primera opción: El Estado se transforma en empresario y genera riquezas y excedentes que luego convierte en los bienes y servicios que otorga generosamente a la población. ¿Proponen los jesuitas que los Estados se conviertan en empresarios para cumplir esos fines? ¿Están los jesuitas satisfechos con la historia de nuestros Estados-empresarios? Supongamos que no. Bien: veamos la segunda opción. Para darles a las personas “los bienes mínimos que se merecen”, el Estado decide reclamarlos de la sociedad. ¿Cómo puede hacerlo? No hay otra forma: mediante impuestos y tributos. Es decir, las empresas y las personas tendrán que generar riquezas para cubrir sus costos, tener beneficios, invertir, y pagar impuestos para costear los bienes mínimos que los jesuitas suponen que se deben entregar.

            ¿Cuánto cuestan esos bienes mínimos? La frase es cómodamente vaga. ¿Cómo se van a financiar? ¿Con qué nivel de presión fiscal se van a sufragar? ¿Cómo va a afectar esa presión fiscal a la formación de capital? ¿Tienen en cuenta los jesuitas que sin capital no hay inversión ni crecimiento? Es decir, se multiplica la pobreza. Pero, de acuerdo con la experiencia latinoamericana, ¿puede pensarse que nuestros Estados utilizan adecuadamente los recursos que la sociedad les entrega por vía de impuestos? ¿Estamos ante Estados-Benefactores o ante Estados-Malhechores? ¿Qué les hace pensar a los jesuitas que si se les entregan más recursos a los Estados estos los van a emplear correctamente en aliviar la miseria? Al mismo tiempo, los jesuitas entenderán que para generar los ingresos que requiere un welfare state es necesario contar con una densa trama de empresas exitosas capaces de generar excedentes. Supongo que los jesuitas no ignoran que los Estados de Bienestar del corte de los escandinavos o de Alemania están montados sobre la existencia de un eficiente aparato productivo. ¿Existe eso en América Latina?

            Sigamos con la lista de las supuestas medidas neoliberales que, de acuerdo con estos sacerdotes, afectan a nuestros pueblos: “[Los neoliberales] eliminan los programas  generales de creación de oportunidades para todos.”

            ¿Cuáles son esos programas? Por el contrario: si hay una recomendación constante en la filosofía liberal es la inversión en la creación de capital humano mediante planes de educación general. ¿No han leído los jesuitas al liberal Gary Becker, Premio Nobel de Economía? Sistemáticamente, los liberales defienden un modelo de sociedad en el que se les brinde a las personas una educación de calidad que les permita competir. Los liberales, es cierto, no buscan la igualdad en las formas de vida, sino buscan la igualdad de oportunidades para luchar por el triunfo personal, y eso obliga a un gran esfuerzo en materia de educación y sanidad.

            El párrafo siguiente de los jesuitas es un canto al proteccionismo, y dice lo siguiente: “[Los neoliberales] abren sin restricciones las fronteras a mercancías, capitales y flujos financieros y dejan sin suficiente protección a los productores más pequeños y débiles.”

            En primer término, es conveniente recordarles a los jesuitas que la globalización de la economía no es una opción renunciable. Es decir, no se trata de un fenómeno del que podemos excluirnos, pues si lo hacemos corremos el riesgo de quedar absolutamente marginados de la historia.

            Pero tan importante como comprender que la globalización, la apertura a la competencia exterior y el establecimiento de vínculos comerciales internacionales resulta inevitable, también es fundamental entender que se trata de una magnífica fuente de enriquecimiento colectivo. Es algo enormemente positivo. ¿Cómo creen los jesuitas que, en dos generaciones, Hong Kong, Taiwan, Corea o Singapur se han convertido en naciones prósperas? ¿Cerrándose o abriéndose al comercio internacional? ¿Protegiendo sus industrias o poniéndolas a competir? ¿Cómo creen los jesuitas que la economía chilena lleva 13 años creciendo al ritmo del 7 por ciento anual? ¿Cerrando o abriendo su economía? En los últimos seis años la pobreza chilena ha bajado del 40 por ciento del censo al 23, y es posible que en una década se coloque por debajo de 10. ¿No será, entre otras cosas, que Chile se beneficia del fin del proteccionismo y de la inserción del país en la economía mundial? Antes de la apertura, los chilenos tenían 200 empresas exportadoras. Ahora tienen 2000. Antes de la apertura, vivían pendientes de los capitales foráneos. Ahora son exportadores de capital.            ¿No es bastante sencillo abrir un “atlas” comercial y comprobar que las veinticinco naciones más prósperas del mundo son las que poseen economías abiertas?

            No es falso que el fin del proteccionismo afecta a los productores locales ineficientes, pero ¿de qué les sirvieron a la Argentina, Brasil o México varias décadas de proteccionismo? El resultado de esa política de sustitución de importaciones era obvio: mercados cautivos que pagaban precios altísimos por mercancías o servicios de segunda categoría que sólo beneficiaban a las oligarquías y a los cortesanos más astutos. Por eso, entre otras razones, hay ciento ochenta millones de pobres.

            Según los jesuitas -continúo con el documento- los neoliberales: “Hacen silencio sobre el problema de la deuda externa, cuyo pago obliga a recortar drásticamente la inversión social.” Eso, sencillamente, no es cierto. No hay ningún gobierno latinoamericano -neoliberal, socialista, o lo que fuera- que no haya tratado de reducir la deuda pública, ya sea mediante “bonos Brady”, o mediante la petición de simples medidas de gracia.

            No obstante, ¿qué proponen los jesuitas? ¿Que no se pague la deuda externa? Es bueno hacerles ver a los jesuitas que los bancos son instituciones de intermediación entre los ahorradores y los prestatarios. Cuando una persona o un país incumplen sus obligaciones, perjudican seriamente a quienes han creado riqueza con su trabajo. Podrá argüirse que eso es verdad cuando se trata de bancos comerciales, pero no cuando el prestamista es un gobierno poderoso, pero entonces conviene recordarles a quienes así razonan que las instituciones de crédito oficiales se nutren de los impuestos que pagan los trabajadores de esos países. Ese dinero no florece en los árboles. Hay que trabajarlo. Hay que crearlo, y supongo que los jesuitas, o cualquier persona medianamente enterada, convendrá en que para tener acceso al crédito es preciso cumplir con los pactos. Y si no lo hacemos, luego no podremos quejarnos cuando se nos nieguen los préstamos requeridos para el desarrollo.

            La siguiente acusación a los “neoliberales” consiste en que: “Eliminan los obstáculos que podrían imponer las legislaciones que protegen a los obreros.”

            Es cierto, pero, no se dan cuenta los jesuitas de que esos obstáculos, precisamente, son los que provocan un alto nivel de desempleo, perjudicando terriblemente a los pobres que ellos quieren proteger.

            Como regla general, esas “legislaciones que protegen a los obreros” consisten en las siguientes seis medidas:

Fuertes impuestos conocidos como “cargas sociales” que se añaden al salario.

Costosos procedimientos para despedir a los trabajadores, casi siempre en forma de indemnizaciones.

Salarios indexados con el aumento del costo de la vida, sin tener en cuenta la realidad de la empresa, la productividad del trabajador o las condiciones del mercado.

Rígidas escalas en las que se asciende por tiempo de trabajo y no por mérito.

Convenios de salario sectoriales que ignoran la realidad concreta de cada empresa.

Múltiples regulaciones que complican y encarecen notablemente el desenvolvimiento del trabajo.

            Aparentemente, a la presencia de este tipo de relaciones laborales se le suele llamar “conquistas sociales”, y se supone que tal cosa favorece a los más pobres. Falso. En realidad, hay que comenzar por desmentir la noción de la “conquista social”. Una “conquista” significa que alguien se ha apropiado de forma permanente de ciertos bienes o de cierta riqueza, pero si uno acepta el carácter fluctuante de la economía, sujeta a múltiples contingencias, no puede admitir la existencia de “conquistas sociales” como algo permanente.

            Una empresa, en determinado momento, puede otorgarles altos salarios a sus obreros si sus beneficios son altos, pero si lo continúa haciendo cuando decaen los precios o cuando aumentan los costos, eso la llevaría a la ruina. ¿Saben los jesuitas que una de las razones que explican la debilidad de las empresas latinoamericanas es precisamente, la inelasticidad que padecen en el mercado laboral, y la incapacidad que tienen de adaptarse a las fluctuaciones del mercado? De ahí la inmensa mortandad de nuestras empresas.

            La rigidez es pésima siempre, pero cuando ocurre en los tiempos de la globalización de la economía, resulta, simplemente, suicida. Si tenemos que competir en un mercado caracterizado por la eficacia de productores que concurren desde todas partes del mundo, es una locura congelar el factor trabajo. Cuando se habla de apertura de mercado, hay que pensar en todo el mercado, y eso incluye el sector laboral. De lo contrario, jamás podremos competir y estaremos condenando a nuestros pueblos a la miseria.

            ¿Quiere eso decir que el peso de la reforma caerá sólo sobre los trabajadores? Por el contrario, las sociedades que han flexibilizado su mercado laboral, han conseguido resultados infinitamente mejores que las que se han aferrado a la superstición de proteger las supuestas “conquistas sociales”. Desde el primer día de Reagan hasta el último de Clinton, el flexible mercado laboral norteamericano, gracias a su “inseguridad”, ha creado 38 millones de puestos de trabajo. Europa, mucho más rígida, en ese lapso, fuera del sector público, no ha creado un sólo empleo. ¿Que son sociedades muy distintas a las nuestras? Falso. Chile, con un mercado laboral bastante abierto, tiene el más bajo índice de desempleo de América Latina, mientras países como Argentina, Colombia o Venezuela se mueven fatalmente en la dirección contraria.

            Pero uno de los casos más fascinantes es el de Nueva Zelanda, que al liberalizar totalmente su mercado laboral, desregulándolo y permitiendo la libre contratación entre empresas y trabajadores, en pocos años redujo a la mitad su tasa de desempleo -del 12% a algo menos del 6%- generando una actividad económica que muy pronto incidió positivamente en el poder adquisitivo de los más pobres.

            ¿Por qué creen los jesuitas que España tiene un 23% de desempleo? ¿Porque los empresarios no quieren contratar, o porque son tantos los riesgos, obstáculos y regulaciones, que muy pocos se atrevan a crear nuevas fuentes de trabajo? ¿Qué se hace con los empleados cuando llega un ciclo recesivo o -por decirlo en términos bíblicos- una época de “vacas flacas”?

            La siguiente aseveración de los jesuitas tampoco parece compadecerse con los hechos. Dice así: “Protegen [los neoliberales] a grupos poderosos a fin de acelerar el proceso de industrialización, y así provocar una concentración todavía mayor de la riqueza y el poder económico.”

            Por el contrario, los liberales lo que defienden, y lo que han puesto en práctica, es la multiplicación de la propiedad privada, para que los asalariados puedan acumular capital.  Y la más espectacular de estas reformas liberales es la creación de los Fondos de Pensiones surgidos en Chile y luego imitados con desigual fortuna en Argentina, Bolivia, Colombia, Perú y Brasil.

            Por este procedimiento, los trabajadores acogidos a los FP se han convertido en propietarios de activos, hasta ahora muy rentables, lo que no sólo les da una buena garantía para la vejez, sino inyecta en la economía una impresionante masa de ahorros que hace posible el progreso acelerado.

            El otro procedimiento para la dispersión de la propiedad han sido los procesos de privatización. Una buena parte de las acciones de las empresas privatizadas han ido a parar a manos de pequeños ahorradores que se han visto, realmente, beneficiados. Es verdad que en algunos procesos de privatización ha habido corrupción, pero eso nada tiene que ver con las propuestas liberales, sino con los valores o la ausencia de valores de unos sinvergüenzas que lo mismo lucran con los comunistas, los socialistas, los democristianos o los liberales.

            El próximo párrafo del Resumen de la Carta de los jesuitas al fin concede algo beneficioso a las reformas liberales: “Reconoce la Carta que muchas de estas medidas han tenido aportes positivos, entre los cuales destacan la reducción de la inflación y la posibilidad de quitarles a los gobiernos las tareas que no les competen.” Pero a continuación sigue un párrafo casi asombroso por su raigal contradicción: “Sin embargo, la Carta afirma que todas esas medidas, lejos de compensar el inmenso desequilibrio y los disturbios que el neoliberalismo causa, provocan la multiplicación de masas urbanas sin trabajo; quiebras de miles de pequeñas y medianas empresas; expansión del narcotráfico; aumento de la criminalidad.”

            Así que “todas esas medidas” (reducir la inflación o limitar las actividades del Estado), lejos de ser benéficas, han provocado otro género de problemas. Sería interesante que los jesuitas les preguntaran a los argentinos, peruanos, bolivianos, chilenos y nicaragüenses, si prefieren las etapas inflacionarias a las de control de la inflación. Sería interesante que les preguntaran a los mexicanos, venezolanos, argentinos o brasileros si prefieren regresar (aunque no la han abandonado del todo) a la época de los Estados-empresarios. Es curioso que los jesuitas no hayan advertido que si nuestros Estados no son siquiera capaces de administrar justicia, o de proteger la seguridad ciudadana -sus dos responsabilidades primarias-, difícilmente deban emprender nuevas tareas.

            ¿No parece evidente que nuestros Estados educan mal, mantienen mal nuestras vías de comunicación y brindan una pésima salud pública? Y si hacen mal lo que es básico, ¿es razonable pedirles que se encarguen de lo superfluo? ¿No inventó la DSI el principio de subsidiariedad? A unos Estados que ni siquiera pueden entregar el correo decentemente ¿debemos recomendarles otras tareas más complejas?

            Por otra parte ¿cómo se puede decir, en serio, y lo dice el Resumen, que el control de la inflación o el recorte del gasto público “provocan la multiplicación de masas urbanas sin trabajo; quiebras de miles de pequeñas y medianas empresas; expansión del narcotráfico y el aumento de la criminalidad.”

            ¿Entienden los jesuitas lo que es la inflación? ¿Se dan cuenta de que quienes más sufren ese flagelo son los asalariados, que ven como su poder adquisitivo se esfuma irremisiblemente? ¿A quién se le ocurre el disparate de que la inflación o el recorte del gasto público puede perjudicar a las empresas? ¿No saben estos señores que la inflación casi destruye el tejido empresarial de Chile, Argentina, Perú o Bolivia? ¿No se han dado cuenta de que el gasto público sale de impuestos o de empréstitos, y en ambos casos es la sociedad la que paga la cuenta?

            ¿Dónde está la prueba de que las medidas “liberales” hayan aumentado el narcotráfico y la criminalidad? ¿No es el Presidente Samper un acabado populista que se resiste al adoptar medidas liberales? ¿Ha declinado la criminalidad en Colombia, que ya va por cuarenta mil asesinatos y dos mil secuestros al año? ¿Es mayor la criminalidad en el Chile gobernado con el recetario liberal o en la Venezuela que rechaza estas ideas?

            ¿Qué otras consecuencias tienen el control de la inflación y la austeridad en el gasto público propuestas por los liberales? Según los jesuitas:

“Aumento de las huelgas, protestas, el rechazo a la orientación económica general que, lejos de mejorar el bien común, profundizan las causas tradicionales del descontento popular: la desigualdad, la miseria y la corrupción.”

            ¿Por qué la austeridad del gasto público, el control de la inflación y devolverle a la sociedad civil el protagonismo que se le había sido confiscado perjudica a la sociedad? No parece ser cierto que las sociedades que han hecho su reforma liberal tengan un nivel más alto de conflictividad social. Es al contrario: en Chile la conflictividad social ha disminuido tremendamente, especialmente después de que los obreros se han convertido en accionistas por la vía de los FP. Exactamente igual sucedió en la Inglaterra thatcheriana o en la Nueva Zelanda de la posreforma. Cuando los trabajadores se convierten en propietarios suele cambiar su perspectiva.

            Es verdad que en Argentina o Brasil ha habido resistencia a ciertas privatizaciones, pero ¿se trataba de la sociedad defendiendo su patrimonio, o eran sindicatos que querían proteger sus privilegios y sus cotos de caza particulares? Seamos serios: ¿cómo han abandonado algunos pueblos “la desigualdad, la miseria y la corrupción”, mediante políticas inflacionistas y estatizantes o tomando la dirección contraria?

            La segunda parte de la Carta de los jesuitas es menos economicista y se desplaza al terreno de los valores. Es ahí cuando dicen que: “Detrás de las medidas económicas neoliberales hay una concepción del ser humano que delimita la grandeza del hombre y la mujer a la capacidad de generar ingresos monetarios.”

            ¿De qué misteriosa manga se han sacado los jesuitas tamaño despropósito? Cualquier estudiante de la historia de las ideas sabe que el liberalismo es, ante todo, una reflexión ética cuya primera convicción es la que afirma la existencia de los Derechos Naturales del Hombre y su consecuente dignidad como persona. Y ese mismo estudiante no puede ignorar que, a partir de este núcleo fundacional, el liberalismo genera una idea jurídica para proteger a la sociedad de la tiranía: el constitucionalismo, la división de poderes, el Estado de Derecho y el imperio de leyes justas que limitan el poder del gobierno para salvaguardar las libertades de los individuos.

            Asimismo, cien años después de que -entre otros- Locke echara las bases de la División de Poderes y del pacto constitucional, es que surge una idea liberal de la economía, fundada en las ventajas observadas por Smith en la libertad de mercado, frente al mercantilismo defendido por la oligarquía política. Por las mismas fechas -fines del XVIII-, es cuando los liberales, generalmente hostilizados por la Iglesia, comienzan a proponer la democracia como método para la toma de decisiones colectivas e impulsan la transferencia de la soberanía de manos del monarca a manos del pueblo. ¿De qué fuente, en suma, han sacado los jesuitas la idea de esa supuesta malvada concepción liberal de la especie humana? ¿Van a insistir, como en el siglo XIX, en que “el liberalismo es pecado”? Entonces era pecado porque los liberales proponían la democracia y el laicismo. ¿Ahora porque defienden la libertad económica y política frente al reiterado desastre del populismo de izquierdas y derechas?

            Continúa el resumen de la Carta de los jesuitas con otra frase tremenda que debe ser matizada: “Con esta medidas [las “neoliberales”] se impone un orden de valores donde priva la libertad individual para acceder al consumo de satisfacciones y placeres que legitima, entre otras cosas, la droga y el erotismo sin restricciones.”

            Sería conveniente que los jesuitas, en lugar de recurrir a vaguedades, consignaran cuáles son las satisfacciones y los placeres legítimos y cuáles son éticamente condenables. Y por la misma regla de tres, los jesuitas tendrían que explicar por qué una corriente de pensamiento que propugna, por encima de todo, la sujeción a la ley y el fortalecimiento del poder judicial -nuestro caballo de batalla en América- resulta que “legitima -entre otras cosas- la droga y el erotismo sin restricciones.”

            ¿No será, más bien, a la inversa? Si el liberalismo enfatiza la responsabilidad individual ¿no serán los populistas y los socialistas, siempre dispuestos a convertir en víctimas a las personas, siempre dispuestos a culpar a otros de nuestros actos, quienes, a veces sin quererlo, estimulan conductas irresponsablemente hedonistas?    Si es a la abstracta sociedad a quien culpamos de nuestros actos ¿no estarán los jesuitas, sin advertirlo, creando coartadas a la violencia, y a la violación de las leyes y de las normas morales?

            Sigue diciendo el Resumen de la Carta de los jesuitas lo siguiente: “Por el proceso de globalización de la economía estas medidas rompen las raíces de identidad cultural locales.”

            Esto no es básicamente falso. Sólo que los jesuitas olvidan que ese proceso de globalización no es nuevo, y comienza, precisamente, con la hegemonía de la civilización greco-romana y la adopción de la ética judeocristiana. ¿Se refieren los jesuitas a las comunidades autóctonas de raíz precolombina? ¿Deben ellos renunciar a enseñarles el Evangelio para no perturbar la particular teogonía de esos pueblos? ¿Hicieron mal las órdenes religiosas enseñantes (jesuitas, lasallistas, escolapios, teresianos, agustinos, etc.) al trasmitirles una lengua europea (el español), unas leyes, una cosmovisión, una arquitectura? ¿Fue una violación de la identidad americana sembrar las ciudades con cientos de iglesias barrocas? ¿O sería que el destino de todas las identidades culturales es mezclarse y, de alguna manera, someterse a la horma de las tribus provisionalmente hegemónicas? En todo caso ¿les ha ido tan mal a los japoneses con la irrupción de un brutal sometimiento a los usos y costumbres de Occidente? ¿Le fue tan mal a Europa cuando el cristianismo dejó de ser un pleito entre las sinagogas de Asia Menor y se extendió por el Viejo Continente?

            Pero ¿cómo los jesuitas llegaron a la conclusión de que los neoliberales y la globalización perjudican a los pueblos?: “Convierten al mercado en el eje absoluto de todos los procesos humanos de las naciones, y finalmente, esta concepción considera normal que nazcan y mueran en la miseria millones de hombres y mujeres del continente incapaces de generar ingresos para comprar una calidad de vida más humana.”

            Más bien sucede que las economías abiertas, globalizadas, guiadas por el mercado, son las que han conseguido reducir sustancialmente los índices de miseria y el porcentaje de personas calificadas como indigentes. ¿No parece obvio que la globalizada Corea del Sur, sujeta a los rigores del mercado, ha combatido con bastante más éxito la pobreza que la autárquica Corea del Norte, encharcada en locura aislacionista de la Idea Suche?

            Si los jesuitas no creen en la superioridad del mercado para producir bienes y servicios y para mejorar la suerte de los pobres, ¿en qué creen? ¿En la planificación? ¿Siguen creyendo en la doctrina del precio justo? Si no les parece ético el capitalismo con las diferencias que se producen entre los propietarios y los asalariados ¿en qué creen? ¿En la propiedad colectiva o estatal de los medios de producción? Si no creen en el mercado, ¿cómo piensan sacar de la miseria a los 180 millones de latinoamericanos? No se trata de un abstracto problema metafísico, sino de un asunto concreto que no se soluciona apelando a la ira de los profetas, sino proponiendo medidas específicas que exigen la formulación de un marco teórico y el aporte de respuestas claras. Están obligados a hablar en serio y poner sobre la mesa soluciones reales, no sermones.

            En la tercera y última parte del documento, cito, “los provinciales abogan por un modelo de sociedad futura. Esta sociedad sería una en la que toda persona pueda acceder a los bienes y servicios; atenta a las tradiciones culturales (pueblos indígenas, afroamericanos y mestizos); sensible a los débiles y marginados; democrática y constituida participativamente.”

            Lo que no dicen los jesuitas es cómo van a lograrlo, con qué modelo económico, con qué bases jurídicas. ¿Serán países como los europeos, en los que se mezclan el capitalismo y el consumismo? ¿A qué países quieren los jesuitas que se parezcan los países latinoamericanos? Eso no lo aclaran, pero a continuación sí dicen algo verdaderamente sorprendente: “La tarea que tenemos por delante es urgente: emprender un estudio e investigación del neoliberalismo en nuestros centros de estudio para analizar estas medidas y tomar opciones pertinentes.”

            De manera que los jesuitas han salido a combatir al “neoliberalismo” antes de estudiarlo, fenómeno un tanto extraño en una orden de reconocido rigor intelectual. Lo procedente es estudiar antes las posiciones de los otros, y entonces decidir si nos parecen contrarias a nuestros ideales, intereses o concepciones morales.

            A lo que sigue, en cambio, nada que objetar: “Incorporar en el trabajo educativo el orden de los valores necesarios para formar personas capaces de preservar la primacía del ser humano, y preparar a los alumnos para transformar la realidad.” Pero vale la pena hacer una observación: durante siglos los jesuitas han educado a una buena parte de la elite latinoamericana que ha gobernado a nuestros países, y si bien la educación impartida ha tenido calidad, no parece que haya sido muy efectiva, precisamente en el terreno del efecto social de ese esfuerzo pedagógico. Ojalá que en la nueva etapa haya un poco más de suerte.

            Continúan los Provinciales delineando el siguiente objetivo: “Resistir a la sociedad de consumo y su ideología de la felicidad basada en la compra sin límites de satisfacciones materiales.”

            Difícil tarea, porque, según todos los síntomas, la pobreza material consiste, precisamente, en sufrir bajos niveles de consumo. En efecto: el desarrollo sólo se puede medir objetivamente por medio de índices de consumo. Es decir, cemento por persona y año; electricidad; agua potable; vehículos; diarios y libros; antibióticos, carne; granos; calorías, etc. ¿Cómo van los jesuitas a limitar las satisfacciones personales? ¿Cuáles son los artefactos moralmente autorizados? ¿Un coche, dos? ¿El fax, el aire acondicionado, la televisión? ¿La segunda casa? ¿Quién decide eso? Y si se pone un límite ¿recomendarán que se regale o distribuya lo que exceda ese límite? ¿Se han percatado los jesuitas de que una sociedad sólo puede salir de la pobreza creando riqueza, es decir, aumentando exponencialmente los bienes y servicios ofertados? ¿Se han dado cuenta de que, si no se consumen esos bienes, deviene la parálisis económica y aumenta la pobreza?

            Los tres últimos objetivos del documento, no obstante, no parecen tan imprecisos e irrealizables porque se trata de recomendar ciertas formas de vida que pueden ser voluntariamente suscritas. Se proponen los jesuitas:

Trabajar para fortalecer el valor de la gratitud, el valor de la vida sobria y la belleza simple, el silencio interior y la búsqueda espiritual.

Procurar no solamente la austeridad personal sino la de las obras e instituciones jesuíticas.

No apoyar a empresas que infrinjan los derechos humanos y vulneren la ecología.

            Finalmente, “terminan la Carta reafirmando la opción radical que les llevó a responder al llamado de Dios en el sufrimiento de Jesús en la pobreza, para ser más eficaces y libres en la búsqueda de la justicia.”

            ¿Qué queda en el lector tras repasar el Resumen de la Carta de los provinciales jesuitas? Varias sensaciones: Primero: La de constatar la gran confusión entre deseos de justicia y los modos de obtenerla que padecen estos bienintencionados caballeros. Segundo: La de escuchar un lenguaje antiguo, empantanado en el viejo discurso populista mil veces ensayado sin ningún resultado beneficioso. Tercero: La convicción de que este debate también afecta a las instituciones religiosas, porque casi todo lo que afirman los jesuitas contradice el espíritu de la última encíclica papal.  Y cuarto: La prueba de una peligrosa coincidencia entre esta orden religiosa y el discurso de los movimientos subversivos representados -por ejemplo- por el subcomandante Marcos. Estamos, me temo, ante una variante light de la Teología de la Liberación. Como los Borbones, parece que los provinciales jesuitas ni olvidan ni aprenden. Mala cosa.

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