“La República Dominicana ha conocido desde hace cuarenta años un crecimiento sostenido (…) ampliamente superior al promedio regional (…). Sin embargo, la economía dominicana sigue siendo vulnerable y sus fundamentos la conducen más a estimular el consumo que a anticipar las innovaciones y las necesidades de educación a largo plazo.
La dependencia con respecto al mercado de Estados Unidos, una industria nacional que no sigue la demanda interior e importa masivamente, una situación eléctrica catastrófica y un fraude muy importante son algunos de los tantos factores que afectan la economía y han deteriorado el crecimiento durante crisis mundiales pasadas. (…)
Hoy, si la comparación en el seno del Caribe es todavía favorecedora para la República Dominicana, el balance es más preocupante.
Con un Estado endeudado y sin gran margen de maniobra fiscal, una sociedad poco educada y preparada para el futuro, el país se arriesga, si no se hace nada, a no tener una segunda oportunidad. Con un desempleo endémico, un mercado informal considerable, (…) y una criminalidad en aumento, el pueblo dominicano tiene un sentimiento de abandono que lo lleva al individualismo social y a la desconfianza hacia las instituciones nacionales”.
Todo lo que ustedes han leído hasta aquí es demoledor y es terrible, porque no se trata de ningún artículo reciente de unos de nuestros brillantes especialistas en economía política, sino de una cita de parte del Resumen Ejecutivo del Informe Attali, presentado al país en noviembre de 2010.
Desde entonces, … tanto la inseguridad, como la desconfianza ciudadana hacia la democracia y la mayoría de sus actores e instituciones, no ha hecho más que crecer.
Es precisamente esa desconfianza, -que es mayor entre nuestros políticos y entre las élites que los han acompañado en sus gobiernos-, lo único que impide que el país pueda blindar constitucionalmente lo que sin lugar a duda ha sido el mayor logro institucional alcanzado en nuestro país, desde aquel acuerdo político de 1994. Hablo de lograr la relativa independencia política y económica del ministerio público ante el poder ejecutivo.
Todo esfuerzo por lograr algún tipo de entendimiento entre nuestra desconfiada fauna política es poco.
Hace mucho, muchísimo; mucho antes de noviembre de 2010, que nuestra democracia sin demócratas está llamando al diablo. Ya veremos qué ocurrirá el día que llegue Belcebú, y las recomendaciones del Informe Atalli sigan siendo apenas una oda vencida a lo que nunca pudo ser.
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