En nuestro país la lucha electoral ha devenido en un vulgar asunto empresarial y poco más; cosa de obtener recursos económicos –(si de manera legal y trasparente mucho mejor)- y, a su debido momento salir con una ambulancia moral y/o financiera a recoger a los heridos/ vencidos de las primarias del partido adversario.
Hoy, en lo fundamental, la política consiste en estar dispuesto a agenciarse la financiación de tirios y troyanos, o sea, de grandes grupos económicos de fortuna relativamente legítima, y también de narcos y lavadores, algunos de los cuales ahítos de “atajar para que otro enlace” les ha dado por participar directamente como candidatos a puestos electivos. A eso ha llegado nuestra democracia en pañales.
Sin embargo, a pesar de todos estos pesares, no hay forma ni manera de que nuestras élites dominantes entiendan que mientras para aspirar a cualquier puesto electivo lo determinante no sea la hoja de vida, las propuestas ni los argumentos sino el dinero, la fe en la democracia seguirá disminuyendo con cada proceso electoral y con cada ejercicio de gobierno.
Lo más grave es que, sabido todo esto, en vez de corregir el entuerto, es decir, abaratar el ejercicio de la política, hacemos justo lo contrario, en vez de parafrasear al de Úbeda para que ser honesto no salga tan caro y ser corrupto no valga la pena.
Se suponía que ante el liderazgo determinante del dinero en las campañas, los esfuerzos irían encaminados a lograr hacer estas más cortas y menos costosas, pero no ha sido así, si no todo lo contrario: El Tribunal Constitucional acaba de declarar inconstitucional la prohibición de propaganda en las precampañas, lo que hará más cara la competencia.
Ahora, por ejemplo, un precandidato presidencial antes de lograr ser nominado por su partido deberá agenciarse una verdadera fortuna para poder pagar la propaganda y esa cosa terrible a la que todos llaman “logística”.
Mientras el factor determinante para la victoria electoral sea el dinero de quienes invierten en campaña para llegada la victoria cobrar de mil modos, nuestra democracia, como en el tango de Discépolo seguirá “flaca, fané y descangayada”, aunque la economía crezca como siempre y se recupere el turismo y las zonas francas como nunca.
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