Con las mismas interrogantes de siempre matizadas por las secuelas de una pandemia que ha cedido pero no cesado; una guerra que sin ser mundial impacta al mundo; amenazas del fin de la vida del homo sapiens sobre la tierra ora por vía de la catástrofe climática ora por la del apocalipsis nuclear; colapsos institucionales como el de Haití; amenazas a la democracia de la que no escapa uno de sus grandes modelos: Los Estados Unidos de América, se ha efectuado en Nueva York, el Septuagésimo Séptimo período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Hay un hábito que se ha tornado común desde el fin de la guerra fría , que aparezcan oradores pretendiendo hacerse los graciosos utilizando el podium más privilegiado del que pudieran servirse para proclamar la obsolescencia del modelo que se dió el mundo con el propósito de no repetir conflictos como el de la segunda guerra mundial, que además de expandir el hambre, la miseria y la desigualdad arrastró a la muerte a 55 millones de personas.
El mundo nunca ha dejado de tener guerras, pero no ha repetido nada parecido a las dos conflagraciones llamadas mundiales; y, es cierto, los ideales evocados por la Carta de las Naciones Unidas, han sido desconocidos en varias coyunturas , como lo resaltó el secretario general, Antonio Guterres.
Sin embargo, uno de los principales detractores del modelo, Najib Bukele, presidente de El Salvador, país muy pequeño que solamente dispone de un escenario donde puede presumir igualdad jerárquica con todos los mandatarios del mundo, incluyendo los de los países de mayor dimensión territorial, económica y política.
Aunque conflictos como el de la guerra de Putin contra Ucrania, desborden su capacidad resolutiva, no hay ningún otro mecanismo de interrelaciones internacionales que pueda superar la ONU, para reivindicar todo lo que ataña al beneficio de la vida de lo cerca de ocho mil millones de seres humanos que poblamos planeta.
Este año, entre las cumbres temáticas hubo una dedicada a los desafíos de la educación, ¿Cómo compensar las pérdidas del aprendizaje relacionadas con la pandemia? ¿Cómo cumplir con los objetivos de desarrollo sostenible relacionados con la educación? ¿Cómo reinventar la educación para el futuro, con demandas distintas a las de la sociedad industrial?
Las Naciones Unidas son la expresión más concretizada del orden económico y social que se trazó el mundo tras la segunda guerra mundial, y, aunque éste aparentemente se vino abajo a partir de 1989, aún no ha encontrado sustituto, a pesar de todo el optimismo que impactó la humanidad a partir del fin del totalitarismo fundado por Vladimir Ílich Uliánov, del que se desprendieron proclamas tan hermosas como la del expresidente George H. W. Bush:
“Vivimos momentos pacíficos y prósperos pero podemos mejorar, porque soplan vientos nuevos y parece haber aflorado un mundo revitalizado por la libertad. Porque, en el corazón del hombre, que no en los hechos, el día del dictador ha terminado”.
La realidad actual nos aproxima más a una cita producida por el filósofo ruso, Aleksandr Herzen en 1848: “La muerte de las formas contemporáneas del orden social deberían alegrarnos el alma, más que inquietarnos. Pero lo aterrador es que el mundo que se va no deja tras de sí un heredero, sino una viuda embarazada. Entre la muerte del uno y el nacimiento del otro puede correr mucha agua; pasará una larga noche de caos y desolación”.
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