No se produjo el oleaje rojo tal y como había sido proyectado en las elecciones de medio término en los Estados Unidos, pero si una crecida del voto republicano, que no alcanzó para despojar a los demócratas del control del Senado, pero sí para quitarles el dominio de dos décadas en la Cámara de Representantes.
Observando los acontecimientos a la distancia, advertí y lo expresé en mis análisis previos a la contienda, que el electorado estadounidense se presentaba a esa cita irritado y muy confuso, sin saber específicamente qué privilegiar a la hora de decidir su votación entre el campo económico y social, y el cultural e ideológico.
Los demócratas conservaron la mayoría necesaria para dominar el Senado, porque en los estados que resultaron decisivos como los de Arizona, ganado por Mark Kelly, y, Nueva Nevada, donde ganó Catherine Cortez Masto, primó el interés de privilegiar el derecho al aborto, que peligraba si ganaban los republicanos.
Pero en otras demarcaciones rechazaron a los demócratas por su excesiva identificación con las libertades sexuales, cuyas aupadas transcurren en desmedro de reivindicaciones económicas:
“La exaltación creciente de los derechos de bragueta discurre paralela al agostamiento de los derechos derivados del trabajo. Es un hecho palmario que cualquier persona que no esté obturada por la contaminación ideológica puede comprobar fácilmente”. Así lo sustenta Juan Manuel Padra en su obra Una Enmienda a la Totalidad.
Mientras al elector se le lleva a rivalizar entre si aprueba el matrimonio entre personas de un mismo sexo, o que la mujer tenga plena libertad de desembarazarse, que el sexo no determine el género, que se nazca varón o hembra pero que luego se tenga libertad de decidir si se es hombre o mujer, el sueño americano se va tornando cada vez más pesadilloso.
De manera que los demócratas que en el plano económico abogan por una mejor redistribución de la riqueza, haciendo pagar más impuestos a los más ricos, dejan esa parte como sucedánea, para enfrentar el radicalismo que ha puesto en las filas de la derecha a las iglesias y a todo el espectro conservador que se resiste a la desaparición de la familia tradicional y al derribo del conjunto de valores que han propiciado todo el progreso que conoce la humanidad.
Preguntas fundamentales, nadie las responde ¿Dónde están los empleos que generaban ingresos que hacían posible lo que auspició Henry Ford? Que los empleados tuvieran la posibilidad de consumir los artículos que producían las empresas para las que trabajaban, incluyendo automóviles.
Eso ocurría en unos Estados Unidos que han quedado atrás. El trabajador que antes podía calificar para el financiamiento de una vivienda hoy no es solvente ni para un alquiler en el mismo entorno donde nació y se crio, por lo que hay que sacarle de la cabeza la idea de un compromiso familiar.
Los republicanos han hecho provecho del descontento que eso produce tratando de identificar las razones por las que culpan a los demócratas: permisibilidad migratoria, la deslocalización de los empleos y el libertinaje moral.
Pero hay nuevos elementos de los que poco se habla, como el predominio de un gobierno privado representado por las grandes empresas tecnológicas que lejos de contribuir a disminuir las desigualdades, las tornan abismales.
Con el dominio de las informaciones de las personas se tornan incompetibles y arrastran a la quiebra a todas las otras generadoras de empleos, quedándose ellas como las únicas que ofertan todo.
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