“El PLD se ha convertido en un mecanismo de ascenso individual en donde predomina el pragmatismo, la ausencia de ideas, acompañado del abandono de los principios. Hoy la elección de un compañero a una posición electiva no depende de su capacidad política y su trabajo al interior del partido, sino del poder económico que tenga o que se le dedique”.

Pareciese que estas palabras emanaran del profesor Juan Bosch en su libro: “PLD, un partido nuevo en América”, donde describe los rasgos distintivos de la organización que fundara el 15 de diciembre de 1973. Luego de que emigrara junto a otros compañeros del Partido Revolucionario Dominicano.

Pero no, provienen de la indignación de unos de sus discípulos que ha visto en los últimos años que ha pesar de que hemos ganado el gobierno, estamos perdiendo el partido. La antítesis de la formidable doctrina que proclamara el ex presidente mexicano Felipe Calderón, cuando en la campaña de su organización en 1996, se impuso con la consigna: “Ganar el gobierno sin perder el partido” que lo catapultó como el presidente más joven del Partido Acción Nacional.

El PLD de hoy no está en capacidad de disputar los espacios de poder en sus procesos internos sin que se debatan a sangre y fuego candidaturas que parecen más que un proyecto político progresista; un canal de ascenso social y económico.

El espíritu faccioso y personalista que se respira en la organización, en medio del limbo ideológico en que se encuentra, no es más que un reflejo de los conflictos personales que se avecinan. Como elocuentemente ilustra Giovanni Sartori: “El combate de facciones no representa más que una lucha mezquina e interesada por obtener puestos y emolumentos”.

El cabreo -como dicen los españoles- de Temo, es el grito de guerra de una generación que milita en los medios audiovisuales expresando su frustración por la degradación de lo político, exigiendo las tres condiciones indispensables que planteaba el prof. Juan Bosch para que exista verdaderamente un partido: doctrina, ideología y organización.