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El arqueólogo y ambientalista Domingo Abreu destacó este jueves en El Rumbo de la Mañana que el Cinturón Verde de Santo Domingo fue diseñado como una medida para contener el crecimiento desordenado de la capital y proteger sus ecosistemas. Explicó que la expansión urbana desde la década de 1960 provocó la desaparición de zonas agrícolas productivas y un encarecimiento de los alimentos básicos.
Abreu explicó que el Cinturón Verde surgió como un proyecto de planificación urbana ante el avance desmedido de la ciudad. “La creación del Cinturón Verde de Santo Domingo tiene una historia que va mucho más atrás de la que la gente piensa. El Cinturón Verde se diseñó para tratar de evitar el crecimiento horizontal de la ciudad porque se estaban haciendo una serie de daños que iban a ser terribles”, afirmó.
Recordó que entre 1966 y 1970 surgieron numerosos proyectos inmobiliarios que extendieron la ciudad hacia Herrera, Jaina Moza y Villa Mella, lo que sepultó tierras fértiles que abastecían de plátanos, pollos y huevos a bajo costo a la capital.
El arqueólogo señaló que además de razones ambientales, el crecimiento urbano estuvo marcado por decisiones políticas y sociales. Geólogos de la época advirtieron al presidente Joaquín Balaguer que Santo Domingo no podía crecer verticalmente por los riesgos sísmicos, por lo que se impulsó la expansión horizontal.
Asimismo, el Estado promovió la concentración de la población en grandes núcleos urbanos como una estrategia de control político y de información. Según Abreu, esto facilitaba la influencia de los medios de comunicación sobre las masas en las ciudades.
Con la urbanización acelerada, muchos pequeños productores prefirieron vender sus tierras y dedicarse a oficios menos exigentes en la ciudad. Esto redujo el suministro de alimentos provenientes de zonas cercanas y disparó los precios en la capital.
“El costo de todos los productos de primera necesidad ascendió, huevos, pollos, plátanos, todo lo que se producía y que llegaba Santo Domingo a nivel de triciclo y motoneta, se encareció porque los huertos fueron sepultados”, señaló.
Abreu advirtió que la expansión de la población en las cercanías del río Ozama representa un grave peligro ambiental. “Un aumento en el nivel de ocupación y de población en las cercanías del río Ozama implica un daño, una agresión tremenda al propio río Ozama como cuerpo de vida, como nicho ecológico”, enfatizó.
También resaltó que los humedales del Ozama son espacios vitales para la reproducción de especies y que su degradación conllevaría a la desaparición de ecosistemas completos.
El ambientalista aclaró que los manglares, aunque muchas veces vistos como simples pantanos infestados de mosquitos, cumplen un rol esencial en el equilibrio ambiental y en el ciclo de vida de especies marinas.
Explicó el caso de la langosta, cuyo ciclo depende de estos ecosistemas. Tras nacer en los arrecifes de coral, la especie migra a los manglares donde permanece dos años antes de volver al mar como juvenil y adulto.
“Si el manglar que le molesta a tanta gente es eliminado porque tiene mosquitos o porque desajusta turísticamente, se va abajo la producción de langosta, como ocurrió en Puerto Plata y en el Este”, advirtió Abreu.