Cuentan que las monjitas de un convento denunciaron que en la residencia de al lado, unos señores se bañaban desnudos en una piscina. Ante la denuncia, el agente que acudió al lugar de los hechos, preguntó cómo era posible que ellas vieran el desnudo de sus vecinos, si a las casas de ambos las separaba una pared de dos metros. A esto, la madre superiora respondió: “Es que en el patio del convento tenemos una escalera de tres metros”. ¡Toma ya!
Como estas monjitas anda un alto porcentaje de nuestros ciudadanos que indignado habla horrores de los contenidos de las redes sociales y los medios tradicionales, pero, al mismo tiempo los consume con morboso fanatismo, lo que representa el triunfo del agravio sobre el argumento, de la descalificación sobre el razonamiento. La dictadura del insulto con respaldo popular.
Los contenidos de redes y medios son cada vez peores, porque peores son las preferencias de quienes los consumen y al consumirlos les dan vigencia. Como ocurre con tantas otras cosas, -con los cargos de elección popular, por ejemplo-, también en la comunicación tenemos lo que con nuestra sintonía hemos decidido tener, y lo demás es pose e hipocresía, reacciones de “doña Dora”, escrúpulos de María Gargajos.
Muchos no lo saben, pero existe todo un protocolo para comunicar con éxito en redes y medios desde la maledicencia, la provocación y el abuso. Es un método que en el país ya tiene sus príncipes venerados, sus temidos sicarios que, a este paso van camino a convertirse en candidatos al Congreso, en aspirantes a la presidencia de la República, sin que sea descartable su triunfo.
La estrategia utilizada podrá ser todo lo perversa, coprológica y cobarde que Ud. quiera, pero ella ofrece el tipo de comunicación que prefieren nuestros ciudadanos, y los ratings y las audiencias lo confirman.
Es un protocolo dedicado a explotar las miserias humanas y el morbo de un ciudadano que de los medios y las redes no quiere información ni análisis porque prefiere el espectáculo del insulto, la humillación y el ultraje a los demás, convencido erróneamente de que la descalificación del otro lo califica a él como mejor ser humano, como si tildar de enano a los demás aumentara nuestra estatura. Y así vamos, como las monjitas del convento, subiendo voluntariamente la escalera de nuestras humanas miserias.
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