A doña Xiomara Castro, primera mujer en llegar a la presidencia de Honduras, la llevo colgada del alma, y recordemos que esta parte abstracta, invisible e intocable del ser humano, a la que llamamos alma, La Mattrie dice que no es más que un principio de movimiento, o una parte material y sensible del cerebro.
En ese interés de florecer las crónicas periodísticas, colocándoles ubicaciones ideológicas a los líderes electos, a veces antojadizas, a ella se la define como izquierdista sin que jamás haya ejercido una militancia social o política en una organización izquierdista y sin que haya mostrado ninguna adhesión marxista.
Xiomara, la bebé, niña, adolescente, la estudiante secundaria e universitaria que desarrolló un noviazgo y se casó con Melito Zelaya, hasta la defenestración de éste como presidente de la República por los militares y el Congreso de Honduras, doce años atrás, no había sido otra cosa una dama ensimismada en los atareos de la muy pequeña y privilegiada alta sociedad hondureña, que lo más próximo que había estado de la izquierda, era en la derecha rayé.
A parte de esos temas humanitarios que están a cargo de las primeras damas, para auxiliar a niños con deficiencias cardíacas, lavios leporinos, problemas de motorocidad o cualquier otra condición que amerite de auxilio de quienes puedan proporcionar recursos, Xiomara no tenía ni parecía interesarle un activismo político, hasta que le tocó ponerse al frente de los reclamos para el regreso de su esposo y la condena a la destitución de la que fue objeto.
Hasta que los petrodólares venezolanos no crearon razones poderosas para colocarse a distancia de las posiciones de los Estados Unidos, Mel Zelaya Rosales, el hijo y sustituto a la cabeza de los negocios de Mel Zelaya Ordóñez, se había desenvuelto en el ambiente político en el que nació y se formó: la ultra derecha.
El apellido está ensangrentado con una de las atrocidades más escalofriantes de la historia reciente de Honduras, ocurrida en la finca de los Zelaya en los Horcones, en Olancho, donde fueron asesinados y sepultados en una fosa común trece dirigentes campesinos y dos sacerdotes, que luchaban por la redistribución de la tierra, lo que para la burguesía maderera a las que ellos pertenecían se asumía como una declaratoria de guerra.
El hecho adquirió la categoría de la cosa definitivamente juzgada, pero Mel Zelaya Ordóñez, moviendo todas sus influencias, logró que quince crímenes en los que hubo premeditación, alevosía y acechanza, se juzgaran como homicidios y, no habiendo cúmulo de penas, le cantaron apenas veinte años de cárcel de la que lo indultaron los socios políticos que más adelante le darían el golpe de Estado al hijo, cuando se alineó con el chavismo.
Honduras no es el país más pobre de la región como dijo la nueva presidenta en su discurso, esa presea no se la compite nadie a Haití, Honduras sí que le acompaña en un segundo lugar, en una economía de grandes contrastes: buen ritmo de crecimiento en los años anteriores a la pandemia, una base industrial competitiva, pero una sociedad con el menor porcentaje de clase media de Latinoamérica, apenas un 18%.
Las tres primeras medidas que anunció para revertir la crisis que encuentra, hijas de un populismo rampante, me temo que no harán más que agravarla: energía eléctrica totalmente gratis para un millón de pobres; subsidio a los combustibles y rebajar por ley las tasas de intereses bancarios.
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