El presidente Joe Biden hace sus mejores esfuerzos para contener la inflación estadounidense, que en mayo del 2022, se elevó a 8.6, como jamás la habían padecido los de cuarenta años de edad para abajo.
Habló recientemente en un escenario dedicado a la agenda climática, y, aunque las medidas que sugirió están en el contexto de esa agenda, al ligarlas con el asunto inflacionario da la impresión de que no toma el toro por los cuernos, porque habló de un paquete que hacia el futuro es la salida, pero que no mejora las demandas inmediatas:
Capturar metano desaprovechado en operaciones de las empresas petroleras para evitar su impacto en la emisión de gases de efecto invernadero; poblar las calles de vehículos eléctricos; agilizar las nuevas tecnologías de generación de energía limpia, y aumentar la eficiencia en la producción de fertilizantes inocuos.
Medidas provechosas, siempre que no estén acompañadas de una práctica que se aleja de ellas, como ocurre cuando Estados Unidos maximiza sus explotaciones de combustibles fósiles, y, propicia, pese a las sanciones contra el régimen chavista, que entren en el mercado europeo de brazos de empresas que han sido liberadas de sanciones por negociar e invertir en Venezuela, pero,ahí diría Biden qué hay un solo culpable: Vladimir Vladimirovich Putin, por la invasión desatada contra Ucrania.
Le huye a la admisión de responsabilidad en la espiral inflacionaria por los generosos repartos que sus programas de ayudas, y los que antes había ejecutado Donald Trump, que agregaron un nivel de demanda inducida de productos que no coincidía con el crecimiento de la producción. Hoy, entre los mismos favorecidos por esas entregas hay un amplio nivel de descontento por el costo de los combustibles y de los alimentos.
La situación arrancó con la ralentización en las cadenas de suministro creada por la pandemia de Covid19, siguió con los miles de millones de las ayudas y empeoró con Rusia, principal suplidor energético de Europa fuera de combate, y con Ucrania, granero del mundo, en las mismas circunstancias.
Pero el único remedio que conoce la Reserva Federal de los Estados Unidos, y los bancos centrales en todas partes del mundo es el de estrechar la actividad económica disminuyendo el circulante, lo que se hace encareciendo el costo del dinero.
Siguiendo el criterio de Adams Smith de que la inflación es básicamente un problema monetario, se desmonetiza como estaba haciendo Ulises Heureaux cuando lo mataron en moca en 1899, para frenar la inflación
El único problema es que ese remedio afecta otros órganos del cuerpo económico, frena la inflación pero también el crecimiento, y, al impactar en disminución de la actividad económica merma la oferta frente a la misma demanda, por lo que la inflación se combate generando inflación.
A los dominicanos esas medidas nos afectan porque también estamos haciendo lo propio, poniendo el dinero a tono con las subidas que registra en los Estados Unidos, mientras un oxígeno clave de nuestra economía, las remesas se proyectan a la baja, contrario a lo que ocurrió en 2021, y en menor medida en 2022, que se encaramaron muy por encima de los años anteriores a la pandemia.
Los problemas inflacionarios y recesivos de crisis anteriores surgieron de colapsos económicos regionales que se expandieron, la crisis asiática, la del tequila, la inmobiliaria, pero la actual es multicausal: pandemia, guerra, exceso de dinero, por lo que cortar por el circulante no es garantía de solución.
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