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El capitalismo de la vigilancia y la democracia

julio 03, 2022
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El nuevo ecosistema de noticias que ha traído la sociedad digital de la mano de los cuatro jinetes del apocalipsis (Facebook, Google, Amazon y Apple) ha empobrecido la calidad de los debates y por consiguiente del periodismo y de la democracia que es debate, confrontación y consenso.

La burbuja informativa en la que hoy vive inmerso un ciudadano internauta, no le permite la reflexión sino la radicalización.  Esta burbuja informativa digital a través de la cual se buscan y reciben las noticias en Internet está conduciendo al periodismo y el consumo de noticias en general hacia la Posverdad, que remite “a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

Es aquí donde “la puerca retuerce el rabo”, pues en su interés de ganar la atención del usuario para que consuma su publicidad y obtener así mayores beneficios, las plataformas digitales, con Facebook como buque insignia, arrasan con la esencia del buen periodismo, que para los profesores Kovach y Rosenstiel tiene como tarea fundamental “ofrecer a los ciudadanos la información independiente, veraz, exacta y ecuánime que necesita para ser libre y ser capaz de gobernarse a sí mismo”.

Así llegamos al gris momento en el cual, “la verdad pasa a un segundo plano. Deja de importar, y si importa, ya nunca es lo más importante”.

Pero resulta que no es posible defender ni fortalecer la democracia, -y mucho menos promover sus valores- utilizando como arma el mayor de los antivalores: la mentira. En una sociedad donde la verdad ha dejado de ser importante, peligra la democracia ante el poder destructor de la mentira, como afirma la profesora Emily Bell, de la Columbia University: “hoy los rumores y las mentiras tienen tantos lectores como los hechos irrefutables, y con frecuencia más, porque son más enloquecedores que la realidad y resulta más estimulante compartirlos”.

Basten aquí las expresiones del vicepresidente de dirección de producto de Facebook, Adam Mosseri, en el pasado mes de enero: “Nuestro objetivo es ofrecer el tipo de historias de las que tenemos constancia que más querrá ver una persona concreta”, y como lo de Facebook no es la verdad, ni la democracia ni el periodismo, sino los beneficios económicos, todo lo anterior claudica ante su mercurial necesidad de lograr la atención del ciudadano para que pueda este consumir su publicidad y de paso, ofrecer la información sobre su vida privada que los cookies se encargan de recolectar porque son ellos la fuente originaria de otro gran negocio, el del Big Data, descrito como “conjuntos de datos o combinaciones de conjuntos de datos cuyo tamaño, complejidad y velocidad de crecimiento dificultan su captura, gestión, procesamiento o análisis mediante tecnologías y herramientas convencionales, (…) dentro del tiempo necesario para que sean útiles”. Con el Big Data, la sociedad digital da paso a otras prácticas que transcienden el periodismo para llegar a la organización social y a la democracia misma, pues como afirma el filósofo coreano-alemán, Byung-Chul Han, ella nos conduce al régimen de la información que él describe “como la forma de dominio en la que la información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales y políticos”.

Según Byung-Chul, el continuo desarrollo de la tecnología de la información digital en la sociedad de la información convierte a la comunicación, a la red y sus plataformas en un medio de vigilancia.

Llegado a este punto, no son las personas quienes son libres sino la información (Google conoce más de usted que usted mismo).  Para Byung-Chul, “la paradoja de la sociedad de la información es que las personas están atrapadas en la información”, pero también en la desinformación (fake news) que conduce irremediablemente hacia el fenómeno de la posverdad que ya mencionamos aquí.

La lucha por el poder, que inicialmente conllevaba el control militar de un área geográfica, luego pasó a ejercerse a través de la propiedad de los bienes y medios de producción, y más tarde por el control de los medios de comunicación que definían la opinión pública, imponían la agenda de cada día y creaban o desmontaban estados de opinión, ha terminado cediendo ese espacio a quien posee la información, el dato.

Por eso hoy, el poder mundial no descansa en el ejército estadounidense ni en CNN, sino en los mencionados cuatro jinetes del apocalipsis, cuya más reciente demostración de  poder fue la decisión de bloquear a medios de comunicación estatales de Rusia, decidiendo unilateralmente qué tipo de noticias deben consumir los usuarios de las redes, en un flagrante y peligroso atentado a la libertad de expresión.

Es así como la sociedad digital ha conducido a la sociedad de la información hasta la Era del capitalismo de la vigilancia, que en su libro del mismo nombre la profesora Shosana Zuboff define como “un nuevo orden económico que reclama para sí la experiencia humana como materia prima gratuita aprovechable para una serie de prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y ventas”.

Hablamos de un orden colectivo que se basaría en la certeza absoluta, que conllevaría a la expropiación de derechos humanos cruciales que podrían considerarse como “un derrocamiento de la soberanía del pueblo”, un golpe mortal a la democracia en crisis.

Cómo ha afectado todo esto al ejercicio del periodismo… de eso hablaremos el próximo jueves, si Dios quiere.   

Salvar la prensa sin matar el periodismo.

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