El 27 de octubre se conmemoró el centenario del natalicio del expresidente venezolano, Carlos Andrés Pérez, que gobernó durante los períodos: 1974-1979 y de 1989 a 1993.
El inicio de su primer mandato coincidió con la finalización de los treinta años gloriosos que vivió el mundo a partir de 1945 con la conclusión de la segunda guerra mundial y que terminaron con la crisis petrolera de 1973. Esa escalada en los precios internacionales del petróleo ofreció a Pérez la oportunidad de encabezar una Venezuela próspera, la del famoso dame dos, y de ejercer un liderazgo regional con acuerdos flexibles de suministro con países como la República Dominicana, cuya economía se movilizaba con derivados fósiles, así como una gran influencia mundial que fortaleció con el empuje de la formación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo ( OPEP).
El segundo mandato también hizo paralelismo con otro momento de cambio mundial, el del fin de la guerra fría, y el gobernante que lo asumía se había curado de populismo, quería impulsar transformaciones estructurales y reivindicarse de todo el lodo que le arrojaron con acusaciones de corrupción después de haber concluído su primera presidencia.
También venía afectado por la ruptura con su ex delfín, Jaime Lusinchi, a quien empujó hacia la presidencia de Venezuela, pero el discípulo no devolvió el empujón cuando Carlos Andrés quiso retornar. Ambos habían roto por querellas entre las damas con las que compartían sus vidas sentimentales, por los que CAP se las arregló para ganar la convención de Acción Democrática sin el apoyo de la maquinaria del partido que estaba controlada por su nuevo adversario.
Al ganar la candidatura y luego la presidencia en esas circunstancias se sintió liberado de compromisos partidarios, y se propuso transformar a Venezuela, gobernando con lo que bautizó como la generación de Ayacucho, integrada por jóvenes tecnócratas que había enviado a formarse en las mejores universidades del mundo en los programas de becas de su primera presidencia. Desde el punto de vista de la capacidad técnica y curricular integró el mejor gabinete alguno que haya tenido Venezuela o cualquier país latinoamericano, y esa fue una de las causas del fracaso de ese gobierno.
Mirtha Rivero, en su ensayo “La rebelión de los náufragos”, expone el choque:
“Pero los tecnócratas resolvían problemas técnicos de la economía y no podían enfrentar una situación política de crisis. Carecían de experiencia para seguir adelante, y una prueba de eso fue lo que sucedió con el precio de la gasolina. Porque era absolutamente imprescindible aumentarla, de eso no tengo la menor duda, pero ocurrió que no hubo venta política. Antes de subir el precio había que ir preparando el terreno, pero esos ministros no eran políticos, y eso no fue lo que se hizo”.
El colapso de esa segunda gestión de Carlos Andrés Pérez resquebrajó el sistema de partido e hizo surgir todo lo que vino después y que ha hundido a Venezuela en el descalabro.
Contrario a la imagen de político corrupto y permisivo que injustamente se le etiquetó, era sumamente receloso de los fondos públicos y es falso de toda falsedad que acumulara una gran fortuna, como quedó demostrado después de su muerte:
“Nunca he negociado con la política, nunca recibí una ayuda para mi campaña electoral o a la de mis compañeros a cambio de favores”, solía reiterar Carlos Andrés Pérez, y yo que tuve el privilegio de tratarle, así lo creo.
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