Qué explica que a pesar de la que se la echado encima a nuestro país, con Haití ardiendo como siempre y hambriento como nunca, el gobierno actual -como todos los anteriores- y a pesar de las correctas decisiones anunciadas el domingo, se siga negado -en los hechos- a aplicar las leyes e imponer orden en la casa nacional.
¿Por qué ocurre esto? Pues porque la inmigración irregular ofrece a nuestros empleadores una mano de obra barata y sin derechos ciudadanos, que aumenta la rentabilidad de sus empresas agropecuarias o de la construcción, por ejemplo.
Esa histórica irresponsabilidad ha convertido a los inmigrantes haitianos en el proletariado nacional. Pero el desorden crece, se alimenta el racismo, aumenta la migración desordenada, mientras los politicastros que viven del odio sonríen entre aplausos ultras.
Haití es hoy la suma de todos los fracasos, lo que agrava el hecho de que hace tiempo en la isla de Quisqueya la realidad venció a la ficción, a una novela exactamente: El Masacre se pasa a pie.
Ni siquiera el imperio brutal del “áspero norte” ha logrado ponerle puertas al hambre, y de eso sabemos los mexicanos, caribeños y centroamericanos.
Estamos atrapados y sin salida. Ronda la tragedia. Y mientras son muchos los que exigen al gobierno que se organice la migración, se desmantelen las mafias y se penalice a los empleadores de indocumentados, pocos son los dispuestos a pagar el precio económico que esa organización conlleva.
Hablo de renunciar a los beneficios empresariales de contar con un proletariado sin derechos laborales o a las mieles económicas que las mafias irradian. Por eso el presidente Abinader habló de hipocresía, y no la de Marc ni Pimpinella.
A quienes andan brazo en alto entre el insulto y la náusea, pastoreando sus odios y rumiando sus rencores, uno les recuerda que hoy, lo de amar la patria no tiene que ver con morir por ella ni lograr que el enemigo muera por la suya, sino con pagar impuestos y estar dispuestos a pagar más por los bienes y servicios que hoy producen/construyen manos extranjeras; y que la oposición política renuncie a utilizar ese bajón de nuestra economía como arma electoral, que es otra razón por la que ninguno de nuestros gobiernos se ha atrevido en los hechos a imponer orden en la casa nacional.
Es el laberinto de hipocresía de dos países y una isla.
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