Desde que la obra de los filibusteros adquiriera vida en la esfera del derecho, que a juicio de Emiliano Tejera, eso fue lo que ocurrió con el Tratado de Aranjuez, en 1777, y se crearon dos colonias y a partir de ellas dos países profundamente diferenciados en una misma isla, estamos condenados a singularidades que ahora se pretenden agravar.
Manuel Arturo Peña Battle describe las consecuencias:
“Dos nacionalidades distintas, dos poderes rivales, dos fuerzas sociales opuestas en sus aspiraciones y jurídicamente desmarcadas, comenzarían desde ese momento el curso de un desarrollo paralelo, pero extraño el uno al otro; sin más puntos de contacto que los que ofrecía la fortuita circunstancia de tener un mismo teatro geográfico y un mismo campo de acción: la isla de Santo Domingo”, única en el mundo con tal condición.
Ninguna de las otras islas con más de una nacionalidad albergan los estados de dos naciones distintas, sino que son posesiones de países asentados en otros espacios geográficos, como ocurre con San Martin, que tiene una parte francesa y otra holandesa, pero ni Holanda ni Francia tienen sus cabeceras allí, ni son tan distanciados culturalmente.
Como colonia francesa, Haití vivió momentos de gran prosperidad, convirtiéndose en una gran potencia azucarera, y cuando proclamó su independencia era militar y económicamente superior a la República Dominicana, pero los conflictos de raza hundieron a ese país en un letargo del que jamás se ha recuperado.
Ha operado como un Estado inviable al que sólo pudo mantener cohesionado una dictadura, y la comunidad internacional, con los Estados Unidos a la cabeza, no han pensado en otra cosa que en cargar el colapso del Estado haitiano sobre el dominicano, lo que no lleva a mejorar la situación de uno de los países más pobres del mundo, sino a hundir en los parámetros más lastimeros a dos.
La presión que se ha ejercido y que ahora se recrudece sobre la República Dominicana tiene el nefasto propósito de colocarnos a la cabeza de un club que presencia la peor condición de degradación por la que pueda atravesar un conglomerado de humanos, las de refugiados.
Aunque en números el destino que se establecería en el RD, sería el 31, por volúmenes de acogidos, le arrebataría el primer lugar a Cox’s Bazar, en Bangladesh, que alberga en condiciones absolutamente inhumanas a 867 mil rojinyás , de la minoría religiosa musulmana, que desde 2017, han corrido de la persecución de las que son objetos en Birmania.
O de entrada RD desplazaría del segundo lugar a Dadaab y Kakuma, en Kenia, el mayor campo de refugiados africanos procedentes de Somalia, Sudán del Sur y la República Democrática del Congo.
¿Qué pasaría después que en territorio dominicano se empiecen a proyectar las dantescas imágenes de millares de personas hacinadas haciendo sus necesidades fisiológicas a la intemperie y conviviendo a merced de las lluvias, las inclemencias del sol y de otros fenómenos naturales?
La otra parte del guion conllevaría al reconocimiento de derechos y reavivar el san Benito de la apatridia. Que esos haitianos son dominicanos, porque han vivido irregularmente aquí o porque sus mujeres han alumbrado en las maternidades del país, y a que por razones humanitarias las personas no pueden vivir sin un lugar de pertenencia.
¿Pero de qué tendrían que huir los haitianos, si se les auxilia desembarazarse del control de las bandas criminales, y a procurar desarrollo económico y estabilidad política?
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